La trampa de la madre perfecta
En mayo se celebra el día de la madre en muchos lugares y me puse a pensar en las dificultades del rol. Más allá de lo externo, que nunca falta, existe una presión interna enorme, cuyo origen es un misterio. Este condicionamiento no se puede ignorar ni arrancar, porque forma parte de nosotras y eliminarlo significaría matarnos un poco. En ese sentido, es bueno preguntarse de dónde viene y si es posible convivir con él.
Después de pensarlo un poco, llegué a la conclusión de que se crea en la infancia, como la mayoría de las reglas que usamos toda la vida, y es muy probable que nuestra propia madre lo haya implantado en nosotras, y que nuestra abuela haya hecho lo propio con ella.
Por supuesto, que no existe un plan macabro que respalde el aleccionamiento ni nada que se le parezca. El asunto tiene que ver, pura y exclusivamente, con el traspaso de información. Así como nos enseñan a comer solos, a vestirnos y a cuidarnos de los extraños, también se nos adoctrina sobre como comportarnos ante tal o cual situación, o en cada relación que entablamos. Por ejemplo, de niños se nos dice que debemos prestar nuestros juguetes, de adolescentes que es necesario estudiar para ser alguien en la vida, de jóvenes se nos aconseja que elijamos un buen marido o esposa (sea lo que fuere que eso significa) y que seamos buenos y considerados con todo el p… mundo. Alguien que me explique cómo llevar adelante felizmente una vida así.
De nuevo, no hay maldad detrás de estos consejos, sin embargo, como provienen de aquellos seres que más admiramos y que, al mismo tiempo, inspiran autoridad, los tomamos como palabra sagrada y los hacemos propios casi en el mismo momento en que los escuchamos. Por eso, más adelante es tan difícil identificarlos.
Ahora que sabemos de dónde vienen todos esos condicionamientos internos que creíamos propios, la pregunta es ¿podemos convivir con ellos? Y la respuesta, mis queridos, no es otra que SÍ. ¿Por qué estoy tan segura? Porque yo misma lo experimenté, y si yo pude, todos podemos. No es una cuestión de “si puedes soñarlo, puedes hacerlo”, no, nada más lejos de eso. Para que entiendan, es preciso explicarles quién soy yo.
Mi hija tiene siete años y durante casi la misma cantidad de tiempo yo me comporté como la clase de madre que consideraba “la mejor”. Detalles más, detalles menos, imagino que esta madre ideal se debe parecer mucho a la madre ideal de otras madres reales: una mujer que está disponible para llevar y traer de la escuela, y de las actividades extraescolares; que se encarga de agendar y llevar a las consultas médicas; que hace deberes; que cocina; que acompaña a dormir; que juega; que canta; que lee cuentos; que rara vez se enoja y, cuando lo hace, jamás pierde la paciencia; etcétera. Y a esta lista debería sumarle la responsabilidad de conseguir, mantener y realizar con responsabilidad un trabajo remunerado fuera de la casa. Puf, me agoté solo de escribirlo.
El caso es que ser esta mujer cuando naturalmente no lo somos es insostenible, lo cual no significa que no podamos lograrlo, claro. Quizás lleguemos a cumplir con todas estas exigencias, pero ¿durante cuánto tiempo? o mejor todavía ¿a qué costo?
Cuando supe que estas exigencias no eran mías ni se basaban en la idea de lo que YO consideraba que era importante para ejercer una maternidad sana y amorosa, empecé a soltar de a una todas aquellas cosas que me hacían sentir pesada, que me costaba afrontar y complejizaban mi mente en niveles inexplicables. Les cuento, rápidamente, un ejemplo. Me llegó un comunicado de la escuela que decía que mi hija tenía que asistir a clases particulares de lengua (gratuitas y dictadas por la misma escuela) porque no estaba alcanzado el nivel deseado para su edad. En un primer momento, mi mente disparó contra la decisión de dejarla demasiadas horas en la escuela. Acto seguido, decidí sacarla del curso integral al que va regularmente para que estudiara en casa conmigo, lo que suponía un cambio radical en la rutina familiar, pero aún así, me convencí de que podía funcionar si me inmolaba.
Cuando tuve todo resuelto en mi cabeza y me vi sentada moviendo las piernas de arriba abajo, a punto de escribir un nuevo calendario de rutinas hogareñas, me di cuenta de que estaba tratando de cambiar mi naturaleza, la de mi hija y la de mi marido, basada en la idea que alguien sembró en mi cabeza alguna vez de que en la escuela deberíamos ser perfectos. Cuando tuve esa claridad, pude darme cuenta de que mi hija tiene dificultades como tantos otros chicos, pero también tiene la suerte de ir a una escuela que le ofrece ayudarla dentro del horario escolar y sin cobrarle absolutamente nada. ¿Qué estoy haciendo?, me pregunté y automáticamente, solté dos exigencias: la necesidad de hacer cualquier locura para tener una hija perfecta (lo escribo y me avergüenzo) y la de querer tener la solución para cada inconveniente.
Lo más importante es que empecé a indagar en el motivo de torturarme con metas imposibles y así fue como descubrí que estaba tratando de seguir reglas impuestas por otros, que solo me traían tristeza, porque no eran compatibles con mi realidad actual (quizá sí con la de mi abuela o mi bisabuela, pero no con la mía). De todos modos, sea cual fuere el origen, lo cierto es que nadie tiene la clave de la felicidad y mucho menos de la perfección, así que ¿si probamos con aflojar un poco la soga? Solo para ver qué pasa. Empecemos con exigencias pequeñas, tratemos de identificar cuáles de las normas que están detrás son verdaderamente nuestras y digámosles chaucito a las ajenas. Por mucho que mamá, la abu o la bisa se ofendan, esta vida es nuestra y no da para perder el tiempo siendo alguien diferente de nosotros.
Uufff que difícil, muy difícil frenar y ponerse a pensar en lo que estamos haciendo cuando después de tantos años lo hacemos como nos enseñaron. Muchaas veces en el día siento que hago cosas que no debería y trato de cambiarlo pero muchas no lo logro. Quizás comenzando con pequeñas cosas ayude. Deseo que mis hijos dejen a un lado esas “exigencias”. De eso estoy segura!!! Me encanta leerte! ❤️
Tan importante y tan difícil de lograr esa mirada propia, y ajena a la vez, ante una situación que atravesamos. Verlo desde otra perspectiva. Tomar distancia de uno mismo por un momento para lograr encontrar esa respuesta que surge tan claramente. Estaba ahí, pero oculta detrás de miedos probablemente. Creo que lo externo juega un papel crucial. Hasta que no entendamos que la única persona a la que tenemos que impresionar es a nosotros mismos, siempre vamos a estar condicionados en nuestras acciones y decisiones. ¡Soy tu fan! ❤️
Hola, Euge. ¿Cómo estás? Muchas gracias. Yo creo que lo difícil es darnos cuenta de que estamos hechos de fragmentos ajenos que se mezclan con nuestra esencia. Una vez que aceptamos esa influencia ajena, es fácil notarla, porque se siente dentro nuestro cada vez que nos incomoda alguna decisión o accionar. La clave está en la pregunta ¿qué hago con este malestar? ¿Sigo como un autómata hacia adelante o freno para reflexionar y cambiarlo?
Concuerdo 100% con que tenemos que impresionarnos a nosotros mismos y para conseguirlo es crucial que actuemos en consonancia con nuestras creencias.
¡Te mando un abrazo!
Hola, Agus. ¿Cómo estás? Te entiendo, nos parece difícil o hasta imposible porque estamos muy acostumbradas a nadar con la corriente, pero la verdad es que no es ni una cosa ni la otra. Cuando una decisión o una reacción te hacen ruido, probablemente, sea porque no estás vos detrás de ella. Te propongo identificar ese malestar en el día a día con pequeñas cosas y preguntarte: ¿realmente me molesta esto? ¿soy yo quién quiere esto o lo otro? Y si te respondés que no, soltar esa forma y crear una alternativa que te haga sentir liviana y te traiga paz.
¡Te mando un abrazo!
A mí también me pasaron el manual de la madre perfecta, pero nunca pude cumplirlo,así que me límite a ser madre,cómo me gustaba a mi,y como pensaba que era lo mejor , habría que preguntarle a mis hijos como se se sintierion con eso
Hola, Lau, ¿cómo estás? Yo creo que cuando uno se siente bien transmite ese bienestar a los otros. Me imagino que haber seguido tus propias reglas debe haber sido súper satisfactorio, a pesar de las dudas, y es imposible que tus hijos no hayan sentido el efecto de esa armonía.
¡Te mando un abrazo!