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OTRA CARTA DE AMOR

París, 3 de julio de 2023.

Emilio:

He ensayado estas palabras en incontables ocasiones, sobra decir que nunca me satisficieron del todo, caso contrario hubieses recibido noticias mías mucho tiempo antes. Llevo intentando escribir esta carta desde el día en que nos separamos en la estación de tren. No, no estoy desvariando, a pesar de mi vejez innegable; sé que no llegaste, aún conservo el recuerdo amargo en un sitio privilegiado de la memoria.

Supe muchos años después, gracias a las palabras descuidadas de mi hermana que apareciste cuando el tren dobló en la primera curva hacia el este y que lloraste cuando tus ojos se encontraron con los suyos. Emilio, quedarme en Bahía Blanca habría significado la ruina de lo que era, no tuve más remedio que huir de lo que significaba ser mujer en mi familia. ¿Me habrías amado del mismo modo si hubiese elegido una vida sencilla, segura, en la que solo abriese la boca para opinar sobre el color de las cortinas o el punto de las pastas?

En la ciudad, me adapté al bullicio, a la suciedad de las calles y a la gente tramposa más rápido de lo esperado. No podía permitirme el lujo de fallar ni la vergüenza de volver a la casa de mi padre, por eso me vi obligada a despertarme de un golpe. Claro está que sin la ayuda de mi primo no hubiese existido despertar suficiente. En poco tiempo, empecé a trabajar y conocí a otras mujeres sedientas de libertad. A ellas les debo haber vivido bien. Después de casarme los días volaron, las fiestas fueron algo cotidiano, los viajes de trabajo, te sorprendería saber con qué rapidez la gente se adapta a la buena vida.

Me tomó gran parte de la vida adulta dejar de recordar el tacto suave de tus manos, el deseo urgente pero insatisfecho que velaba nuestros encuentros secretos detrás del ombú en el patio de la casa de tu abuela. Lo poco que conservo intacto desde siempre es tu paleta izquierda torcida, es ridículo lo que la mente elige recordar. Con tanta historia por detrás, ella decide devolverme la forma de tus dientes, así que no estoy segura de recordarte como eras o de estar rescatando de mi memoria a alguien que nunca fuiste.

Te preguntarás si valió la pena el desarraigo, ahora yo también me lo pregunto mientras mis nietos corren de un lado a otro del patio de una casa modesta del noveno arrondissement. Antes, me prohibí pensarlo, de lo contrario el mundo que había conseguido erigir para mí, para mis hijas y para quienes serían mis nietas se habría visto amenazado de muerte. Es cierto que no he querido a otro hombre en mi vida tanto como te quise a vos, sin embargo, fui feliz. Mi marido fue un hombre bueno y cariñoso que me dio el coraje que me faltaba para moverme en un mundo gobernado por el sexo opuesto. A su lado aprendí sobre perseverancia, adquirí la calma que necesitaba para criar hijos y la sangre fría para los negocios. Y, aun así, toda mi vida supe que me faltaba algo.

Esa falta motivó mis mejores años como escritora, no hay felicidad sin dolor; tampoco hay poesía sin dolor. Durante mucho tiempo me pregunté si te mantuve alejado para no ver marchitarse el jardín de mis escritos, ahora no me permito pensarlo demasiado. En algún momento del camino, dejé de castigarme por haberme ido, por no haber vuelto y por haber querido algo más de esta vida.

Pero el corazón es terco, antes de anoche soñé con vos, estabas sentado en una de las sillas verdes de Tuileries, eras joven y estabas vestido con tu traje de fiesta, el mismo que usaste hace más de sesenta años en el casamiento de tu hermana. Cuando pasaba por tu lado, apenas te volteabas a mirarme y me sonreías de costado, gentilmente, como lo hubieses hecho con cualquier desconocido. El tiempo se encarga de enseñarnos a olvidar, Emilio, lo sé muy bien, pero el miedo provocado por tu olvido era desconocido para mí. Nunca había sentido semejante desesperación, ni en los sueños ni en la vigilia.

No pude volver a dormirme. Las noches son largas ahora. Los fantasmas me visitan seguido, recorren los pasillos de la casa creyendo que no los veo. Pero los veo y los recuerdo a todos y cada vez tengo más ganas de que no amanezca, de que alguno de ellos me arranque de un tirón de la cama y me lleve adónde sea que están cuando no están acá. Hasta ahora no ha pasado.

¿Llegará el día en que pueda decirte cuánto lo siento? Todo valió la pena. Nada valió la pena.

Irene.

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